lunes, 6 de abril de 2020

La conciencia en tiempos del virus


Nos hemos detenido en nuestro diario corretear. Estamos suspendidos en un paréntesis inesperado. La salida es una puerta a la incertidumbre, mayúscula y atemorizante.
Ya veníamos observando signos de cambio. Íbamos hacia un fin de época, decían muchos.
Pero apareció el virus y las cosas se precipitaron. Nos vimos empujados a entrar de lleno en lo que se suponía  serían dimensiones del futuro. Aunque nuestros recursos sean de aquí y de ahora. es decir de alcance limitado y escasos. Como las redes electrónicas que nos vinculan.
Pero el confinamiento no solo nos enfrenta a un mundo en transformación, y a los desafíos ecológicos, económicos y sociales que plantea. 
Hay algo más profundo, que palpita debajo de esa preocupante agitación, que nos despierta el saber que nuestros trabajos serán efímeros, que la educación no puede seguir repitiéndose, que la política tiene que volver de sus extravíos irracionales y falsas promesas, que la salud es un capital que tiene como rédito la vida, que la sociedad tiene que abandonar la plaga de reclamos y asumir la llegada de un tiempo de responsabilidades compartidas.
Esa agitación profunda, conmovedora y demandante se produce en el  centro mismo de nuestra vida, nuestra conciencia. Que se presenta cuando acallamos los ruidos del “tránsito por la vida”.
Cuando se le impone silencio. Cuando se ve obligada a la soledad.  Entonces “tomamos conciencia”, tratando de comprender “para qué” vivimos “lo que vivimos”. 
Comprender es una sensación que va más allá de lo racional, es dar sentido a algo, aparentemente, ilógico. Como la pandemia, como el virus.
Los argentinos tenemos la oportunidad de “examinar nuestra conciencia”, y reflexionar sobre nuestro futuro. Preguntarnos hacia dónde queremos ir. Cómo queremos vivir. 
Pensar en el “día después” del virus, seguramente nos dejará muchos interrogantes abiertos. Nadie, solo en medio de su soledad, podrá encontrar respuestas para lo que será obra de todos.
Entonces, cuando iluminemos con el foco de nuestra conciencia más lúcida nuestro accionar común, a través de la historia, pero muy especialmente en el tiempo que cubren las generaciones que hoy habitan la Argentina tal vez empecemos a entender. 
Tal vez empecemos a entender, que son 80 años de una historia que este año cumplirá 210. Son  80 años que eclipsaron los vaticinios optimistas que despertó alguna vez la Patria, en propios y extraños.
Cuando la Argentina renegó de sus sueños de grandeza, que arrinconó en huecos discursos, y decidió empequeñecerse y frustrarse, embaucada por un relato alucinante, que desligó de toda responsabilidad a sus autores.
Pero hoy tenemos oportunidad. Oportunidad de oponernos al declive permanente. Oportunidad de hacer exponencial la curva de nuestra recuperación, con mayor energía todavía que la que estamos poniendo en aplanar la curva de contagios. A pesar de las contradicciones reiteradas del mando circunstancial, inútil para la historia.
¿Con que herramientas? A golpes de conciencia pura. Que los grandes valores, sean un bisturí que separe con limpios cortes, el bien del mal. Que dejemos de lado el relativismo moral que nos ha paralizado, matando el espíritu argentino.
Hemos vivido reiteradas epopeyas hipócritas. Fueron actos criminales que lastimaron los estados fuertes y definidos de la conciencia colectiva. 
Es hora de volver a la tierra. Dejar que el tiempo haga su trabajo. Devolver el valor a cada hora, cada día, a cada martillazo, a cada paso, a cada ladrillo.
Una generación tras otra construyen la Argentina. Así deberá ser ahora. En la armónica renovación de la sociedad se apoya su crecimiento y desarrollo. La constante puja entre cambio y conservación, es la savia vital de una  sociedad viva.
Estamos confinados. Solos, en diálogo con nuestra conciencia, debemos encontrar las formas que nos permitan involucrarnos en las decisiones  importantes. Haciendo república en la práctica. Sin príncipes ni monarcas. Ni señores feudales. Ni sátrapas prepotentes. Sin la ignorancia gregaria postergando la razón y la evidencia.
Salgamos el “día después” del confinamiento. Sigamos conservando la distancia y la prudencia. Pero al mismo tiempo tengamos un plan. 
Un proyecto nacido del corazón de nuestros hogares. De la vida esencial de la familia. De los hijos, flecha del tiempo que nos liga al futuro, desde nuestro  presente perecedero. Hacia la memoria de los nietos.
Y dejemos volar otra vez los sueños más ambiciosos para la Patria. Poniendo la vista en el futuro, en esas generaciones venideras, con el mismo espíritu con que nos pensaron los padres fundadores 
Impongamos ese calendario, contando en generaciones, los propósitos que la mezquindad reinante ha reducido a contar elecciones.
Busquemos héroes entre los que hacen, enseñan, curan, construyen. Abandonemos para siempre a los vendedores de ilusiones, fracasados embaucadores, traficantes de promesas, cuenteros irredimibles del relato ilusionista, profanadores del sentido y de la historia. 
Volvamos a los hechos, a las “cosas”. Al ladrillo que de a uno levanta la pared. Y las paredes levantan el edificio más alto. Si somos constantes, Si no claudicamos. Si resistimos los cantos de sirena, atados al mástil inconmovible de nuestra conciencia.
Seamos conscientes. Estaremos despiertos. Por mucho tiempo no seremos ricos, pero seremos dignos.
La vida será nuestra vida. No la parodia que otros pretenden que vivamos. Dormiremos tranquilos.
Y soñaremos nuestros propios sueños. Cada uno su vida. Cada uno sus sueños.

Todos dentro del gran sueño común de cuidarnos entre todos.La gran lección que nos dejará el virus. Criatura mágica si las hay. Nadie lo verá nunca, pero todos escuchamos su mensaje.
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